martes, 11 de octubre de 2011

Aventura en el desierto: Marrakech - Desierto de Ouzina

Marrakech... de sopetón!

Llegamos a Marrakech… sin preliminares.
Uno cree estar preparado pero, una vez cruzado el hall del moderno aeropuerto, de forma exponencial nos abofeteará sin remisión África.
Tranquilos, esto sí tuve tiempo de leerlo en la oficina el día de ayer antes de enfrentarme al adelgazamiento de maleta para no tener problemas con "Ryan". Nos toca negociar y para comenzar a practicar nada mejor que hacerlo con los taxis.
El problema es que de inicio ya no tengo claro cual es el precio justo por una carrera, y todos tus intentos de buscar un compromiso entre estar en el continente africano y solicitar un servicio de europeo acaban chocando frontalmente contra el inamovible precio que el intermediario ha marcado, para clientes y conductor. Pero ¿no se suponía que a estos tipos les gusta regatear?
Tímidos intentos que acaban en un recorte de 50 dirhams a cambio de dejarnos fuera de la Medina. Como si nosotros supiéramos tan siquiera dónde está nuestro Riad. Accedemos a la tarifa extendida a cambio de creernos garantizado el acceso hasta las puertas de nuestra hospedería.
Cargados en el taxi... no, no busques el cinturón porque no funciona. Condescendiente perdonas. No pasa nada, yo también fui joven en los 80 y nuestros padres nos llevaban sin cinturón.
Mira! Esos tíos en bicicleta cargados con cestas. Y este tío! Que se cruza! Pero este conductor está loco. Pues, ¿no está pintada la carretera aquí como en casa? y constantemente se asoma al otro carril! Y venga a darle al claxon! Anda la pera! Si hay más burros que coches! Y esos tipos a los que llaman locos o borrachos... hay tantos como burros!
Sigues disfrutando del documental a través de las ventanas del taxi. Si, si, anciano, pero Mercedes al menos, y te ha constado 200 dirhams.
Accedemos por un arco de la muralla al interior de la medina. Esto ya desborda lo imaginable. La impresión de haberte colado de extra en una nueva producción de Indiana Jones se queda corta.
Gente, bicis, carros, burros, puestos de carnes crudas, talleres grasientos, carritos de fruta, ... y por entre todos ellos tú, en tu taxi.
Aún no se te ha cerrado la boca ante la sorpresa cuando tu carrera ha finalizado. O más bien la motorizada. Creíste haber pagado para llegar al riad, pero cuando te dejan, porque el coche ya no cabe por las estrechas callejuelas, tu chofer, que debe ser el único en el país que no chapurrea tu lengua, señala una dirección, que a la postre no será la correcta.
De pronto te ves cual carne fresca de búfalo en medio del desierto rodeado por enormes aves de ojos saltones.
Alguien ya te ha echado el ojo y se asegura de que los demás "buscavidas" respetan su caza, no trates de comprenderlo, son profesionales y ellos sabrán cómo hacen respetar sus piezas. Tú no lo sabes, pero ya se ha decidido quien será tu guía forzoso en la medina hasta el riad.
Pese a todo, lo intentas por tus medios ante el agobio de servidumbre que te rodea.
Mantienes las manos sobre tus maletas y tratas de caminar en la dirección que te pareció entender al conductor, aunque en tu subconsciente se aclara la imagen del cruce de miradas entre quien ya cobró tus 200 dirhams y ese que ahora se ofrece insistente en resolver todas tus dudas, en el preciso instante en que se detuvo el coche.
Ni mapa, ni nombres de calles, ni ayuda por parte de los caminantes a quienes preguntas. Siempre está ahí tu respuesta. "Amigo, yo llevo. Sígueme".
Las mujeres no responden si los hombres les observan, y los hombres "respetan" haber perdido su turno...
No hay más remedio y accedes por llegar cuanto antes a un lugar, el que sea.
Ya te agarran sin remedio alguna maleta y caminas tras tu lazarillo.
Caminas en la dirección equivocada, porque cuando "el sabe", en realidad "no sabía".
Otro le corrige en dirección contraria y ya serán dos los que quieren "tu dinero". Eso sí, te amenizarán el paseo indagando si Madrid o Barcelona, si Ronaldo o Mesi, …con suerte te libras del pollo de Andreita.
Llegada a las puertas del riad, comienza el regateo por parte de nuestros guías. Recién cambiado dinero no te ven más que billetes de 200 y los reclaman.
Los empleados del riad no pueden echarnos una mano en su presencia, por razones obvias (les increparían con que les quitan "su trabajo" y pueden encontrarse con represalias).
Al final 2 o 3 euros y de un salto cruzamos el umbral...
Dentro del Riad, el verdadero paraíso en este desierto de ponzoña.
Sensación de alivio que por un instante te hace plantear "no salir de aquí en los 5 días que nos restan".
Té de bienvenida y sosiego.

Continuaré contando ...